Antiguos métodos para el aumento de pecho que ahora serían impensables. Mujeres de todo el mundo, siguiendo los gustos estéticos de su época, recurrían a procedimientos poco ortodoxos y, a menudo, nocivos para la salud. Antes de inventar los implantes de silicona la imaginación se desbordaba para conseguir unos pechos más voluminosos.
El corsé
Antes se utilizaban los corsés para modelar el busto femenino. Se creía que una cintura estrecha simularía un busto mayor. Sin embargo, lo que hacía era lo contrario, ya que se aplanaba el pecho.
El corsé proviene de civilizaciones tan antiguas como Micenas y Creta. Llegaron a Occidente en el siglo XVI cuando lo popularizaron las damas de la corte de los Medici. Los corsés eran muy rígidos, con ballenas de metal o madera. El aspecto que se conseguía era una cintura estrecha y unas caderas prominentes. Las niñas de las familias más adineradas comenzaban a usar el corsé a los doce años. A lo largo de los siglos XVII y XVIII su forma se ha ido adaptando a la moda.
En el siglo XIX las mujeres utilizaban el corsé masivamente. Aprisionaban su pecho, lo aplanaban y no lo dejaban crecer. Para contrarrestar esto, se aplicaban cremas que supuestamente les hacían crecer las mamas. Eran fórmulas a base de manteca de coco o aceite de oliva. Al final, resultaba una tortura y no lograban lo que pretendían.
Las ventosas
A principios del siglo XX, se popularizó en Francia el uso de unas ventosas que prometían aumentar los senos. La publicidad decía: “Aplica agua para conseguir la contracción de las fibras musculares de las glándulas mamarias sin tocar los pezones”. Muchas francesas compraron las ventosas, pero sin resultado alguno.
Actualmente se comercializan unas bombas al vacío para aumentar el pecho. La inefectividad esta técnica está más que demostrada. Además, como todo producto estético procedente de China de baja calidad se duda de la seguridad de estas ventosas.
La silicona inyectada
Durante la Segunda Guerra Mundial los soldados estadounidenses en Japón buscaban prostitutas con pechos grandes. Entonces, las japonesas robaban silicona de los hospitales y se la inyectaban en los senos. El resultado era que se endurecían las mamas y tenían que ser operadas de urgencia. Incluso a algunas se les gangrenaron las mamas.
Hoy en día algunos transexuales se inyectan silicona de uso doméstico, que resulta tóxica. Por conseguir unos senos grandes y no disponer de dinero, arriesgan su salud. Muchos intrusos por unos pocos euros se ofrecen a inyectar silicona a los desesperados. Los primeros acaban en la cárcel y los segundos en el hospital.
El método a golpes
El sureste asiático es bien conocido por sus extraños inventos estéticos. Ya hemos visto cómo conseguir una sonrisa perfecta, unos ojos occidentalizados y una amplia gama de gadgets para la belleza de lo más estrambóticos. Ahora en Tailandia se salen con la “corrección estética a bofetadas”.
Esta técnica consiste en someter a la interesada a una sesión de golpes en la parte que se quiera mejorar. Pueden repartir mamporros en la cara, las nalgas o el busto con el objetivo de redistribuir la grasa. La mayoría lo hacen para aumentar el tamaño de su pecho.
Este método viene de antiguo, lo utilizaban las abuelas tailandesas en los siglos XVIII y XIX. Primero se aplica una “loción para aumentar los senos” y después se somete el pecho a unas fuertes sesiones de palmeo. Para terminar, la mujer se sumerge en una bañera de agua helada. Según las que lo practican, se incrementan unos 10 cm el tamaño de los senos. Ver para creer…
El método más seguro para el aumento de pecho: los implantes de silicona
En 1962 los cirujanos plásticos Biggs, Cronin y Gerow inventaron los implantes de silicona por casualidad. El suero, que hasta finales de los 50 se almacenaba en botellas de vidrio, empezó a distribuirse en bolsas de silicona. La primera vez que entregaron a estos médicos las bolsas de suero fue cuando se les ocurrió la idea. Lo que más les gustó fue el tacto suave y natural de la silicona.
Antes de experimentarlo con mujeres, probaron la técnica con una perra. Una vez que estuvieron seguros de que el cuerpo no rechazaba la silicona, buscaron una voluntaria. Se ofreció una madre de seis hijos, que en realidad acudió al hospital para quitarse un tatuaje. Esta mujer quedó muy satisfecha con los resultados. A sus 80 años manifestó: “Pienso que no entendí en ese momento la magnitud del cambio hasta que salí a la calle y los hombres comenzaron a silbar cuando me veían”.
En 1963 Biggs, Cronin y Gerow presentaron su experimento a la Sociedad Internacional de Cirujanos Plásticos en Washington. A partir de entonces, se popularizaron las prótesis de silicona para la mamoplastia de aumento. Esos implantes son seguros, no son tóxicos y, en general, no hay que cambiarlos nunca.
Biggs, que es el único de los inventores que aún vive, ha realizado más de 9.000 cirugías de mamas. Sigue dando conferencias por todo el mundo para compartir sus conocimientos. Está muy feliz de ayudar a las mujeres a conseguir el busto que desean. Biggs afirma que siempre aconseja el tamaño de pecho adecuado a la anatomía de la mujer. Como todo buen cirujano plástico, su objetivo es buscar la armonía en el cuerpo.
Lo que está claro es que no hay que arriesgar la salud para conseguir un aumento de pecho. Para eso están los profesionales de cirugía plástica que ofrecen métodos seguros y efectivos. Los implantes de silicona, sin duda, son la mejor opción. Si está pensando en realizar un aumento de mamas, consulte con un médico.
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6 marzo, 2023
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